lunes, 26 de diciembre de 2011

LOS BAILES DE LUCIMIENTO

El baile de filigrana lo mostraban los bailadores en menos ocasiones de las que nos imaginamos, pues el bailador que se preciaba de ello, no bailaba siempre y menos si no disponía de la pareja adecuada y de unos músicos que no estuviesen templados para llevar un buen baile, en su medida y su tiempo cosa harto difícil hoy en día. Marcar los pasos en un baldosín, en un taburete sin caerse, sobre una mesa como hacían los recios bailadores de antes, con un vaso o una jarra de cristal en la cabeza son estilos que muestran el temple de los buenos bailadores, en estos tiempos que parece que son “del que más chifle capador”.

Los castellanos y leoneses hacían en juergas de bodega y reuniones familiares el baile de la jarra, de la medida (en Aliste) o los avileses pastores bailaban “la navaja cabritera” hincando una navaja en el suelo y cruzando sobre ella las piernas repetidas veces al son de una cancioncilla sin tirarla. Media España bailaba la botella, rebrincando sobre ella colocada boca abajo, a son de dulzaina y tamboril, de gaita de tres agujeros o con el jaleo de las voces y el almirez de las águedas como ocurría en Medina del Campo, por aquello de la trasgresión de las normas en estas épocas casi carnavaleras ya. La botella se bailaba y aún se hace en ocasiones de manera habitual en toda esta comunidad, desde Viana de Cega, a las vegas de Palencia, Sayago, el Campo Charro, el Carracillo o La Pedriza segoviana.

Ese que llaman (fulano),
la botella va a bailar
pero como no la sabe
la botella tirará.

La costumbre no es local, sino que está extendida por otras muchas comunidades, pues al fin y al cabo, en otro tiempo no dejaban de ser bailes de mozos donde se demostraban entre unos y otros la habilidad y destreza, el equilibrio y el brío de baile, amén de ser obviamente un elemento de diversión de primer orden. Mostramos aquí una obra costumbrista titulada “el baile del huevo” de 1552 del pintor flamenco Pieter Aertsen especializado en bodegones y cuya impronta llegó hasta Velázquez. El objeto de baile en ese caso es un huevo, que el bailador ha de intentar no aplastar bailando a los sones de la gaita, que está a medio plano.
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